Algunos dicen que los seguros no son sexys. Y puede que esto tenga algo de verdad. Por lo general, hablar de ellos evoca escenarios peculiares: accidentes, lesiones, muertes, inundaciones, incendios, etc. Es lógico pues, que el ser humano, y más los que nos movemos en estas latitudes, tendamos a rehuir el tema. Como ya dije anteriormente aquí en El Diari de Tarragona, las palabras que se utilizan en este entorno no son sencillas, por lo que tampoco ayudan a que la gente empatice con este sector. Ahora bien, cuando ahondas o te esfuerzas en tratarlo individualmente, quien mas quien menos, admite que sí, que debería prepararse para tal o cual circunstancia, pero que, por lo que sea, no lo hace. Por ello, en las siguientes líneas me propongo ensalzar este negocio, pues si bien no soy objetivo al pertenecer a su entorno desde diversas variantes, sí que tengo profundamente interiorizadas sus bondades, por lo que voy a intentar demostrar que, en general, los seguros sí son sexys.
Para empezar, desde la patronal de seguros (UNESPA) se está trabajando para acercar el sector a la ciudadanía y representar uno de los grandes cambios que el sector tiene por delante en los próximos años, dar a conocer el valor de la industria aseguradora. Es decir, las propias empresas aseguradoras entienden que ya toca arremangarse, lucir tipo y, por fin, empezar a gustar, no tanto por lo que son sino también porque lo son. Así, si decimos que los seguros en una hora, de media, y por ejemplo, atienden casi setecientos (700) accidentes leves de tráfico, tres mil cuatrocientos quince (3.415) actos médicos y/o prestaciones de salud o pagan a razón de ciento treinta y cuatro mil euros (134.000 €) en prestaciones de seguros de vida por fallecimiento, algo más deberían molar. Aunque solo sea por el hecho de tener en cuenta a todas las personas que hay de detrás de cada uno de todas estas actuaciones
Otra de las cantinelas habituales cuando hablamos de este mundo suele ser aquella de: “los seguros sólo sirven para cobrar y no para pagar”. Y en eso, sí que no estoy de acuerdo. Al contrario. Las aseguradoras, como hemos visto, satisfacen ingentes prestaciones y realizan gastos que raramente tendrían cabida en otros sectores. Ahora bien, esa letanía ha cuajado en el imaginario popular por distintas razones las cuales, en mi opinión, se deben principalmente al desconocimiento general. Pese a ello, no pretendo aquí y ahora, hacer un postulado quijotesco de las bondades del sector pues, seguramente algún molino en forma de gran error habrá. Pero a menudo, el desarrollo de dichos aforismos subyace en una falta de información la cual aderezada con una dosis justa de cabreo, redunda en una crítica, muchas veces carente de fundamento. Así, por ejemplo, cuántas personas que han querido contratar una póliza para su vivienda en Prades, La Febró o la cima del Caro, por decir sitios altos de la provincia, no se han parado a revisar si la cobertura de heladas estaba contratada en su póliza. Cuántas veces, aquel currante que vive de, por, para y sobre el coche, ha contratado la cobertura más económica para su vehículo, sin tener en cuenta que todas la preposiciones anteriores les obligan a un grado de diligencia pre-contractual mayor al del “padrí que només va al tros”, y por tanto, sí que con mirar sólo el precio tiene bastante. Es decir, por qué nos cuesta tanto como ciudadanos hacer este trabajo previo, bien de consulta bien de asesoramiento, con el que poder plantearnos mejor las coberturas de cada caso. La realidad aunque terca, es simple: no nos gusta. Pero eso, no debe servir para motivar esa idea de que los seguros no pagan. Antes al contrario. Se imaginan que en La Sénia, Vandellòs y Hospitalet de l’Infant, Miami Platja, o Mas de Barberans, por mencionar pueblos “de viento”, la cobertura referente al Señor Eolo no se diera. Es decir, preferimos criticar a mejorar, preferimos resolver a evitar. Y esto cuando lo circunscribes a un negocio basado en la previsión, choca. Así, si en lugar de creerse el constante martilleo de la publicidad, le preguntáramos a un mediador de seguros profesional, igual hubieran descubierto que la cobertura de hielo o de asistencia, tal o cual compañía no la da. De este modo, estaría prevenido para lo que viniera, disminuyendo así la animadversión previa, la cual devendría en una suerte de empatía que, a la larga, principalmente nos generará un actitud pro-activa en lugar de la reactiva actual.
Por último, cuando se habla también de este sector, se le critica porque suele ser “cosa de ricos”. Es decir, se arguye que sólo aquel que tiene debe preocuparse por el mañana, mientras que en una sociedad donde la clase media, que paulatinamente se deshace cada vez más como azúcar en el café, no puede realizar esta labor previa de previsión. Y ante esta tesitura, lo único que puedo argumentar es que la percepción de riqueza es muy relativa, pues depende de cada cual, sin contar con la obvio, (Sic. Messis y Ronaldos), como no. Dicho de otra manera, hoy en día, quien más quien menos, lleva en sus bolsillos, móviles y/o gadgets que si sumamos su valor a más de uno les sorprendería. Por tanto, aquí tenemos una muestra de riqueza presente que despreciamos pese a ser bien real. Por esta razón, si el dispendio en nuevas tecnologías lo ponemos dentro de un contexto temporal, donde por ejemplo, valoráramos este gasto en proporción con el uso que nos da y lo ponderamos con las ventajas, por ejemplo, de ahorrar, observaríamos como sí se puede destinar una parte a prever. Con ello, no niego la precariedad actual, pero muchos de nuestros abuelos se reirían de nosotros si les habláramos de necesidad, y eso, sólo se cambia, modificando ciertas percepciones.
En resumen, los seguros no es que no sean sexys. El problema estriba como con las personas: juzgamos sin conocer. Y no es hasta que te interesas y averiguas sus bondades cuando realmente valoras sus virtudes. Por lo que, si intentamos comprender o valorar qué nos aportan los seguros, igual veremos que son más guays de lo que parecen y, con ello, conseguiremos cambiar una idea principalmente errónea, por una realidad cada vez más necesaria.
Fuente: Alex Mestre Perolada